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Monday 16 de July de 2007, 14:22:26
2007 07 15 Balandrau
Tipo de Entrada: CUADERNO | 1260 visitas

Este domingo ascendimos al  Balandrau desde el Serrat en una excursión esplendida con 1150 mt de acumulado, que se puede hacer casi circular.
Desde esta espaciosa cima de vacas se contempla un amplio horizonte: desde el Puigmal al Bastiments.
Subimos en un día soleado y agradeciendo la brisa que nos refrescaba y que mantenía  limpia la atmosfera. A la vista de esta placidez me pareció casi increible que el  30 de diciembre del 2000 el “torbâ€, el fiero viento del Norte, en el Balandrau se cobrara diez vidas.
Pero a veces la montaña nos engaña...
En la montaña muere gente, es cierto, pero cuando ocurre en una tan próxima y a gente tan próxima cuesta asimilarlo. No eran escenarios  extremos ni los protagonistas eran superhombres buscando la gloria o los records  Era  gente común que disfrutaba  estando al aire libre, como la mayoría de nosotros...  por ello  empatizo con  su desgracia y no me siento del todo a salvo conduciendome “prudente†porque a veces la montaña no tiene en cuenta la insignificancia de nuestras voluntades.

Conozco a algunos que lo vivieron y la experiencia les transformo. No comprender esa furia desatada que se ceba en gente inocente, que ni siquiera desafía a la montaña, hace mella en la conciencia. Y reflexionar si en esos instantes se tomaron las decisiones adecuadas y si se podía haber hecho razonablemente algo más por los que no volvieron, acompaña durante mucho tiempo a los supervivientes de la catástrofe.
Es terrible porque no hay medios para evitarlo. Salvo quizás vivir acobardado en una habitación o  permanecer conectados obsesivamente a la Meteo.
En estos casos no viene la muerte por una imprudencia ni por el desconocimiento del medio, ni por la irresponsabilidad. Llega, nos llega sin justificación, aleatóriamente. Cruel e implacable, la montaña,  se ensaña con los que la aman. Cuesta aceptarlo, pero es que sus leyes no son las nuestras.
Entiendo la desconfianza de los antiguos montañeses y su extrañeza por la voluntad empecinada de hombres de otros lugares empeñados en conquistar sus cimas. Ese miedo ancestral seguramente fue originado por acontecimientos semejantes.

A veces en la ciudad siento ese temor, pero cuando piso las piedras y veo el paisaje me tranquilizo, y me siento realmente en casa. Creo que me dejo seducir por la montaña y que con mi confianza le doy facilidades para que algún día, con la ayuda del torb,o de una roca engañosa,  también se me lleve a mí...
 
Este domingo he querido  reconciliarme con el Balandrau. La manera ha sido volver y disfrutarlo; neutralizar los temores con las sensaciones del camino y poco a poco olvidar los adjetivos. Y siento que lo he conseguido.

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