El primer día es de preparación.
Hay que descargar el camión y montar la cocina. En esta ocasión mandan un camión excesivamente grande, un trailer, que las pasa canutas para llegar al camping ("Bordes de Graus") por la estrecha carretera de acceso. Y no sólo eso: una vez llega no puede acercarse a la zona que tenemos asignada, por motivos de tamaño evidentes, y se ha de usar un tractor con su correspondiente remolque, como vehículo intermedio, para transportar la abundante y pesada paquetería.
La ilusión, las ganas de pasarlo bien, y que juntamos muchos brazos, minimizan estos inconvenientes. Algunos hacen mucho, otros lo que pueden y una minoría menos, como en cualquier comunidad humana. Procuro ser de los primeros sobre todo porque me siento bien cuando las cosas funcionan con dinamismo.
Por la tarde montamos la cocina. Primero la sólida estructura de hierro, luego los toldos y finalmente las instalaciones de fogones, neveras, etc... Es importante espabilarse en el montaje, para facilitar a Salva, el cocinero, que nos haga la cena. ¡Sería de tontos escaquearse!

Xavi propone como matinal el Campirme. Es buena idea pues no queremos perdernos la comida dominical, que suele ser "arròs a la caçola" y que siempre está de miedo.
Subimos con coche hasta el Refugi de la Pleta del Prat y en dirección SW, llegamos a la Pleta de Gayás. Ahí los planos de la Alpina me engañan y buscando el camino por la vertiente que indican cada vez nos alejamos más del "buen camino". Dirigimos nuestros pasos en la direccion del pico, sin la certeza de no encontrar escollos insalvables. Tras superar fuertes pendientes herbosas,  vemos el Estany de Mascarida y el camino "normal", más abajo. Lo buscamos tras una corta grimpada que nos evita un incomodo descenso por un muy inclinado pasillo de hierba. Ya en el camino avanzamos con suma comodidad.
El Campirme es una cima de vacas, abierta, con vertice geodésico y vistas al Aneto. Hay largos muros cortavientos que invitan a un vivac con luna llena. Disfrutamos de la primera salida pero los rugidos de la panza nos sugieren retirada. El arroz nos llama y para ir ligeros bajamos por el camino normal, pasando por el desague del Estany.
LLegamos justo cuando ha sonado la campana y me premio con dos cucharones de órdago.
Buen día, paisajes bonitos, buena cocina...¡Comienza bien este campamento!

Todos nos conocemos y trabajamos al unísono. Hay la suficiente confianza para bromear y todos nos esforzamos para que todo funcione a la perfección.
Por la mañana detectamos un error en el calculo de la cantidad de pan que causará previsiblemente escasez en la comida y en el desayuno del día siguiente. Nos ponemos en marcha para solucionar el problema. Uno se ofrece voluntario para peinar las panaderías de los pueblos próximos. Su objetivo: traer cinco panes grandes "de payes". Con ésto bastará hasta que el aprovisionamiento habitual traiga más.
Ojalá en la vida cotidiana todos tuvieramos tan buena disposicíon para solventar las dificultades.
Confraternizamos con Salva, el cocinero; ya nos conocemos de muchos años y su cocina es en gran medida responsable del éxito del campamento.
Van llegando los compañeros hambrientos. "Vendo" mi producto: pure de "verduras excepcional" con entusiasmo. Me creen y aciertan: ¡¡está de muerrrte !!. Sirvo raciones generosas y al final me quedo yo sin.... no hay problema, hay comida de sobras y a mi me gusta todo.
Se amontonan las cacerolas, las bandejas, los cucharones... en los fregaderos. Intimida un poco pero trabajando todos no es tanta faena. Cada uno hace cuanto puede, sin necesidad de que nadie haga de policia. ¡Qué bueno es trabajar en equipo cuando tienes un buen equipo!